miércoles, 19 de mayo de 2010

DESDE LA DISTANCIA...pero leyendo a los grandes....SIEMPRE

Una reescritura de cumbres borrascosas




Basado en el clásico de Emily Brontë, la escritora Minae Mizumura ha (re)escrito, en "Una novela real", un relato lleno de pasiones, un rompecabezas que transcurre en Estados Unidos y Japón, y que recorre casi 50 años desde la posguerra.

Nada bueno podría salir de la unión de dos seres de “naturaleza diferente” parecía ser una de las enseñanzas que dejaba Cumbres Borrascosas, la novela de Emily Brontë, y así, a lo largo de la historia, el amor y el odio son dos constantes (como otros tantos elementos contrapuestos en la narración) que resaltan la pasión entre Heathcliff y Catalina. Pero, aunque en vida no logran consumar su amor, el final tiene una unión feliz.
Publicada en 1847, la vida de Heathcliff y de Catalina, atravesadas por el amor, el odio, la venganza y el arrepentimiento es una de las grandes novelas de la Literatura inglesa. Y aunque el relato ocurre en Yorkshire, en el siglo XVII, pudo haber sucedido en cualquier otra parte del mundo, tal como lo demuestra Minae Mizumura en Una novela real (2002), publicada recientemente por Adriana Hidalgo editora, y la cual llega al castellano directamente del japonés, gracias a la traducción de Mónica Kogiso.
Es que Mizumura, a su manera, le ha pasado el codo a las páginas escritas por Brontë y, encima de ellas, ha (re)escrito su propia historia de amor; una novela “signada por la miseria del Japón de posguerra”, o, si se quiere, una historia de novela en la que el amor vuelve a enfrentarse a todo lo que se le oponga para hacernos entender por qué, muchas veces, nada bueno sale de la unión de dos seres de “naturaleza diferente”.
Al menos eso es lo que le ocurre a Taro y Yoko: se miran, se sienten, se desean, pero también se rechazan, se evaden, se alejan. Casi como un héroe trágico, Taro -de origen humilde, quizá hijo producto de una violación ocurrida durante la ocupación japonesa en Manhcuria- se enfrenta a los prejuicios que se tienen durante los casi 50 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, mientras que Yoko, criada en una familia acomodada, se debate entre lo que quiere, lo que desea, y el qué dirán, el qué pensarán.
En torno a Taro, de esta manera, se organiza todo un rompecabezas ubicado en dos escenarios definidos, Estados Unidos y Japón. El desarrollo histórico del mundo va mostrando el desarrollo del hombre, de Taro, y lo que parece un asunto particular se transforma en universal; el hombre se transforma junto al mundo, y Taro, ubicado en el límite de dos épocas, refleja esos cambios, y así se pasa de la prosperidad norteamericana, de los “nuevos ricos”, a la decadencia de las tradicionales familias niponas.
La figura del héroe, de Taro, se va delineando tanto por sus actos, sus acciones, y sus palabras, pero también se va contaminando por la apreciación que el resto tiene sobre él, basada, principalmente, en rumores y chismes, un detalle narrativo muy marcado en Una novela real, recurso que Mizumura explota a través de dos narradores. Uno de ellos es Fumiko, un ama de llaves similar a la Nelly de Brontë, receptora de todos comentarios que se hacen del protagonista, y mujer que transmite la historia a un muchacho que, a su vez, se la remite a la otra narradora, llamada Minae Mizumura (sí, igual que la autora).
El relato, en realidad, se abre con la voz de la Mizumura personaje (de papel), quien, al igual que la autora (de carne y hueso), también es escritora. ¿Un simple juego literario? Más que eso, el recurso le sirve a la autora (de carne y hueso) para teorizar sobre la ficción y la realidad y qué es ser escritor o quién es escritor.
Estamos advertidos desde el título. La novela es propia del ámbito de la ficción, la ficción entedida como el acto de copiar la realidad para transformarla en una nueva realidad, porque -como dice Mizumura (personaje de papel)- “un cambio en el arte puede generar nuevas realidades”. Y una “nueva realidad” (aunque ya sabida) es que, aunque cambien las épocas, hay conflictos que persisten a través del tiempo, y el amor, y las historias que mobiliza, como si fuese una moneda que cae de uno u otro lado, puede ser tan particular, como la Historia, o universal, como la Literatura
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LETRAS QUE LLEGAN DESDE EL SOL NACIENTE

Los talleres sobre literatura japonesa muestran el boom por los escritores japoneses.



Ya no es posible hablar de Japón como un país lejano y exótico. Ni misterioso. Quien no tiene un amigo de ojos rasgados, ha escuchado alguna vez del mundo animé y del manga, o cuanto menos probó una de las tantas exquisiteces de la gastronomía japonesa. Por eso, no debe resultar tan extraño hoy ver a un lector argentino leyendo con avidez una novela del japonés Haruki Murakami o de Banana Yoshimoto como si fueran las “aguafuertes”de un suburbio porteño.

¿Qué seduce tanto de esta generación de escritores que ha despertado en talleres y encuentros literarios un entusiasmo tan apetecible como el sushi?. Para Amalia Sato, editora de la revista literaria Tokonoma y traductora de El libro de la almohada, de Sei Shonagon, vale antes una aclaración: “Desde fines del siglo XIX que Japón, como ilusión y estructura de pensamiento forma parte del patrimonio cultural de occidente. Y gracias a esta entrada triunfal que le dieron sobre todo los impresionistas, que inauguraron el movimiento del japonisme, Japón sigue vigente”.
Residente en Belgrano, en sus conversaciones literarias Amalia destaca que hay una interesante y a la vez intensa continuidad “que proviene de las novelas de Kawabata; del espectáculo del grupo de teatro butoh Sankai Juku; los ciclos de cine en la Lugones; así como las ediciones en español de Higuchi Ichiyo o Natsume Soseki, que despiertan fervor. La posibilidad renovadora está activa y lo compruebo por el entusiasmo de quienes reciben los sucesivos números de la revista Tokonoma, o la curiosidad contagiosa con que se asiste a la funciones del grupo de teatro de papel kamishibai”.
Federico Maehama es periodista del diario La Plata Hochi y creó su propio blog de literatura japonesa (http://pajaroquedacuerdasblogspot.com/). Hace pocos días brindó una charla sobre Murakami en las habituales tertulias literarias que organiza el Jardín Japonés: “El público quería saber si los japoneses de hoy son como los retrataba él. He conocido a muchos jóvenes japoneses que llegaron a la Argentina, luego de viajar por el mundo, y de pasar años y años trabajando. Así, han ahorrado, renunciado y se lanzaron a la aventura de viajar. Creo que ellos, si bien no lo confesaban, sentían ese vacío que uno puede leer en los personajes de Banana Yoshimoto o Murakami. La soledad en una gran urbe económica, ése es el tema”.
Al referirse a ambos escritores, Federico subraya que “ellos retratan un mundo fantástico, pero que a su vez es muy real. Y eso, en gran parte, es la literatura. Un arte que se apoya en la realidad, que la observa y la transforma. El mayor clásico de nuestra lengua es El Quijote y uno de sus temas es la realidad versus la ficción. Y sin ánimo de comparar, ya que las distancias son enormes, ¿quién no ha pensado alguna vez que la vida es un sueño (o una pesadilla)? ¿Quién no fantasea?. El “héroe” de Murakami es, en realidad, el “antihéroe”, un personaje común al que le pasan hechos extraordinarios”.
Primero leyó a Yukio Mishima, luego a Yasunari Kawabata y de ahí en más para Juan José Burzi, miembro del “Grupo Alejandría” y director de la revista “Los Asesinos Tímidos”, fue cuestión de investigar, de buscar y encontrar. Cuando lo hizo, a principios del 2000, no existía aún el auge actual de autores japoneses y sólo de los clásicos se podía conseguir material. Y en la búsqueda dio con los “Siete cuentos japoneses”, de Junichiro Tanizaki; “El hombre del infierno”, de Ryunosuke Akutagawa; y “Las algas americanas”, de Akiyuki Nosaka, entre otros.
Burzi, que dicta un curso sobre “Literatura japonesa del siglo XX” en la librería
Eterna Cadencia, en Palermo Hollywood, abre el juego y hace una defensa de los clásicos:
“Cuando se conoce la obra de Akutagawa, esta nueva ola de escritores japoneses no habían logrado el nivel de “Confesiones de una máscara”, de Mishima, o de “Las hermanas Makyoka”, de Tanizaki. Son buenos autores (los actuales), pero hay que ubicarlos de una manera más realista dentro de la literatura japonesa. Y para eso es fundamental conocer a los escritores japoneses de principios del siglo XX hasta Kenzaburo Oé y Akiyuki Nosaka, inclusive”.
Los escritores de posguerra trataron de “relativizar”la importancia del emperador, mientras que los que se criaron bajo el “paraguas” de la opulencia económica prefirieron tomar distancia del modelo japonés. Para unos y otros, vale lo que alguna vez dijo el mencionado Kenzaburo Oé: “Si en el extranjero se me recibe con sonrisas neutras es porque soy un japonés que escribe novelas y no fabrica automóviles, televisores o equipos de sonido”. Cada vez más cerca, ahora es el imperio de las letras el que llega desde el Sol Naciente...

* Artículo de Andrés Asato, publicado el 1º de noviembre en el Suplemento Belgrano La Nación.



El grande D.Cooper

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